It’s a boy!: La magia de la impronta
Hace unos días nació un muy esperado potrillo. Debo decir que la ansiedad y la sorpresa en el momento del parto es muy similar a la que sientes cuando está naciendo un sobrino o un bebé muy cercano. Te transpiran las manos, tu respiración se acelera, el corazón literalmente galopa en tu pecho y pasan noventa preguntas por segundo en tu cabeza.
La preocupación te inunda y llegas a sentir que te falta el aire… Luego, cuando finalmente la cría cae al suelo, vuelves a sentir que tus pulmones se llenan de aire y que tu cerebro se oxigena. Después, viene la segunda ola de preocupación. Ahora es por la yegua, esperando que no haya tenido complicaciones en el parto, que bote completamente la placenta y que tenga abundante y buena leche para alimentar a la cría por los siguientes seis meses.
Eso sentimos los criadores de caballos. Eso y mucho más. Cuando vemos que está todo bien y que ambos ya han disfrutado de un largo momento de intimidad, es cuando entramos en escena. Cuando la magia entre seres humanos y caballos sucede, es el momento de la impronta.
Recordemos que los caballos son animales salvajes y de presa. Los animales presas tienen los ojos a los lados de la cabeza como por ejemplo los antílopes, cebras, ratones e insectos.
Por su parte, nosotros somos depredadores al igual que los leones, cocodrilos, águilas y serpientes, por lo cual nuestros ojos están situados al frente. La magia consiste en lograr que los caballos, animales presa, confíen en nosotros, animales predadores, para el resto de sus vidas.
Para lograr esto nos acercamos en silencio, respetando la intimidad del reciente parto, despacio pero de frente y poco a poco le vamos traspasando nuestra energía tranquilizadora a la yegua para acercarnos primero a ella. La acariciamos, regaloneamos y felicitamos por su gran logro.
Entretanto, la cría va viendo y sintiendo esta interacción por lo que se queda tranquila, ya que su madre está bien y confiada. Luego nos dedicamos de lleno al nuevo bebé. Nos ponemos a su altura, de rodillas, en cuclillas o sentados en el suelo y empezamos la deliciosa tarea de acariciarlo por completo. Tocar, tocar y tocar.
Además, les debo decir que no hay nada más rico que acariciar a un caballito recién nacido. Está calentito, susceptible, entregado y es tan suave como el más suave de los ositos de peluche.
Este acariciar tiene su razón de ser. La cría nos verá desde el primer momento como alguien de su manada y no como una amenaza. Nos olfateará y registrará para siempre nuestro olor. Entenderá que no es necesario arrancar de los humanos sino que por el contrario desde ese día se empezarán a tejer lazos.
Está comprobado que los caballos improntados al nacer tienen mejor carácter y que su aprendizaje es más rápido. Es un caballo más confiado por ende más seguro para su jinete.
A nosotros, los criadores, nos gustaría criar miles de caballos por siempre, pero sabemos que eso es inviable porque nos llevaría rápidamente a la bancarrota. Para evitar eso tenemos que vender nuestra producción y para vender la mejor fórmula es tener caballos mansos y dóciles.
¿A quién le va a gustar comprar un caballo chúcaro, mal portado y desconfiado? A nadie. Es un tremendo riesgo, tanto para el criador, que arriesga su reputación, como para el comprador que va a arriesgar su vida a lomos de ese animal.
Elizabeth Kassis S.
Directora Ejecutiva de Haras Santa Ana
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