EL SECRETO BAJO EL KIMONO

EL SECRETO BAJO EL KIMONO

Hay algo fascinante en cómo una elección tan personal como vestirse se convierte en un asunto colectivo. De pronto, lo que alguien lleva puesto habla de su clase, su deseo, su silencio o su ambición. Y el estilo, ese espacio que debiera ser libre, termina por convertirse en otro campo minado de expectativas. Desde hace siglos, vestirse es un arte bajo constante vigilancia. ¿El cuerpo cubierto? Sumisión. ¿Descubierto? Provocación. ¿Neutral? Falta de carácter. ¿Atrevido? Demasiado. Nunca es solo ropa. Siempre es una lectura moral. Y en ese cruce entre estética y poder nace el término japonés uramasari. Durante el período Edo, en Japón, se prohibieron los tejidos lujosos como una forma de contener una economía desbordada e imponer una ética de austeridad. Lo interesante es que quienes tenían un espíritu más desafiante no protestaron con huelgas ni reclamos, sino con algo mucho más ingenioso: encargaron prendas de apariencia sobria, pero forradas en su interior con las sedas más exquisitas, tejidos con hilos de oro y detalles que nadie veía… excepto quien los vestía. Una forma de lujo oculto, orgullo íntimo y, por qué no, una dosis extra de moral.

Esa idea, la de llevar algo que solo uno comprende, no ha desaparecido. Quizás hoy no escondemos hilos de oro, pero sí emociones, decisiones, rituales privados. Una prenda no siempre es un mensaje: a veces, es un refugio personal. Porque, al final, vestirse también es eso: afirmarse sin hablar. Y el placer de hacerlo, como todos los placeres, siempre tendrá algo de provocación.

Así que… si se va a pecar, que al menos sea con estilo.

opinion

Valentina Feres / @valentina_feres

Periodista especialista en Comunicación e Imagen

Sin comentarios

Escribir comentario